Por Felipe Deslarmes
Crisis. Los dueños habían cerrado el hotel a fines de 2001
Cuando unos catorce o quince compañeros me llamaron hablando sobre la posibilidad de volver al hotel, pensé que alguien habría puesto la plata; jamás imaginé la posibilidad de la autogestión”, señala a Miradas al Sur Marcelo Ruarte, responsable de prensa del Hotel Bauen. En las paredes de la oficina, las fotos de Evita y del Che combinan con los carteles que gritan “Sólo queremos trabajar”.
El hotel, edificado por iniciativa de la dictadura militar poco antes del Mundial ’78, buscaba brindar una imagen al mundo de un país en crecimiento, con hoteles de categoría, con autopistas, con capacidad para organizar competencias deportivas internacionales mientras escondía todo su horror.
“En una rara alianza de cuatro militares con Marcelo Iurcovich, el dueño original del hotel –remarcó Ruarte– el Bauen se hizo con fondos del gobierno y con un préstamo del ex Banco Nacional de Desarrollo.” El préstamo nunca se terminó de pagar.
En la década del ’90, con el neoliberalismo en el poder, el hotel padeció la falta de turistas que encontraban propuestas más tentadoras en el exterior. Y en diciembre de 2001, presentaron la quiebra.
Marcelo que había tenido su primer trabajo en Davor, una metalúrgica de Bernal que hoy es otra empresa bajo gestión de los trabajadores, en 1988, ingresaba al hotel como portero. “El trabajo era mejor pago porque incluía las propinas, pero era bien diferente: de estar solo y delante de un torno, pasaba a recibir gente. Tuve que aprender inglés, algo de portugués y estar más atento a lo que necesitaban otros.” Sin embargo, reconoce que por entonces no tenía ningún compromiso solidario con sus compañeros. “Yo había aprehendido el consumismo de un materialismo estúpido. A muchos nos pasaba. Éramos perros fieles de los dueños. Sólo me importaba venir, trabajar, cobrar e irme. Y si le pasaba algo a un compañero, no me involucraba”, señala Ruarte.
Pero hacia fines de los ’90, comenzaron los despidos hasta su cierre el 28 de diciembre en 2001. “Con mi familia, intentamos subsistir con el trueque. Hacíamos empanadas que canjeábamos por frutas o alguna otra cosa que necesitáramos. Y como en mi primer trabajo había aprendido algo de soldadura, hacía changas y zafábamos con eso. En la feria del trueque, al lado de mi mesa, un odontólogo ofrecía sus servicios.” Pero esa experiencia fracasó y un grupo de 15 trabajadores empezaron a reunirse, atentos a los movimientos de recuperación de empresas que habían sido cerradas fraudulentamente por sus dueños. Recién ahí empezó a tomar conciencia de que la falta de compromiso con sus pares, los había llevado a todos a esa situación. “Empezamos a ir a las asambleas de algunas recuperadas y empezamos a soñar con volver.”
Ya asesorados, conformaron una cooperativa, que él presidió, e ingresaron al Bauen forcejeando con la Policía. Sabían que se les iba la vida en eso.
La sorpresa fue inmensa. Después de un año y medio en total desuso y vaciamiento, el hotel estaba inutilizable. “Desde televisores hasta ropa de cama, pasando por maquinaria de limpieza o elementos de cocina; todo lo habían pasado a la parte del hotel que da sobre avenida Corrientes y que habían separado administrativamente hacía unos años. Una maniobra clásica para evitar la reactivación.” Así, Marcelo recordaba esa mezcla de alegría por la esperanza en la recuperación, con la tristeza y desolación que los invadió por no saber qué hacer. Era el 21 de marzo de 2003.
Sin cobertura médica, con los hijos de todos los trabajadores con necesidades básicas insatisfechas, empezaron a pedir limosna en la calle, mientras resistían adentro.
Como lo único en buen estado eran los salones, se les ocurrió recorrer el listado de empresas recuperadas ofreciéndolos para festejos familiares. “El primero fue un cumpleaños de 15 de la hija de un trabajador de la (empresa gráfica autogestionada) Chilavert. Con ese dinero compramos ropa de cama, pagamos la limpieza de cortinas y limpiamos los baños que tenían óxido por todos lados.” Pero el paso que permitió la reactivación, se dio cuando lograron que una compañía de 70 músicos venezolanos se instalara allí un mes. Se trataba de una orquesta en gira por Buenos Aires, conformada por chicos marginados que habían aprendido música como parte de un plan de ayuda del gobierno de Chávez. “Esa fue la mano que necesitábamos para volver a poner en marcha el hotel.” Y por eso, llevaron su ejemplo de lucha al congreso que se organizó, tiempo después, en Venezuela.
A poco de empezar, con trabas judiciales exigieron el desalojo e intentaron impedirles usar el nombre. Pero afloró la imaginación: un trabajador logró un juego de palabras que rápidamente inscribieron y quedó: Buenos Aires Una Empresa Nacional (B.A.U.E.N.).
En su momento de esplendor, el hotel generó algo más de 200 puestos de trabajos. Al cerrarse en 2001, no eran más de 20. Autogestionado recuperó más de 150, que se suman a los empleos que generan los contratos con empresas proveedoras de insumos.
La orden de desalojo sigue firme, ratificada por la Corte Suprema de Justicia, en julio de 2011. Los trabajadores no se rinden, la dignidad de sus familias está en juego.
Han recibido el apoyo de los bloques de distintos partidos, menos del PRO que siempre se mostró contrario a la administración de los trabajadores. “Para la derecha, el Bauen sigue siendo un símbolo. Porque era mostrar que la tenían así de grande y que son tan hábiles que podían hacer negocios estafando al Estado. No van a dejar que 160 negros la autogestionemos.”
El 19 de abril reciente de 2012 fueron citados al Juzgado comercial nº 9 de Capital Federal donde les notificaron una nueva orden de desalojo que puede definir la historia de este emblema de las empresas recuperadas por sus trabajadores.
El hotel, edificado por iniciativa de la dictadura militar poco antes del Mundial ’78, buscaba brindar una imagen al mundo de un país en crecimiento, con hoteles de categoría, con autopistas, con capacidad para organizar competencias deportivas internacionales mientras escondía todo su horror.
“En una rara alianza de cuatro militares con Marcelo Iurcovich, el dueño original del hotel –remarcó Ruarte– el Bauen se hizo con fondos del gobierno y con un préstamo del ex Banco Nacional de Desarrollo.” El préstamo nunca se terminó de pagar.
En la década del ’90, con el neoliberalismo en el poder, el hotel padeció la falta de turistas que encontraban propuestas más tentadoras en el exterior. Y en diciembre de 2001, presentaron la quiebra.
Marcelo que había tenido su primer trabajo en Davor, una metalúrgica de Bernal que hoy es otra empresa bajo gestión de los trabajadores, en 1988, ingresaba al hotel como portero. “El trabajo era mejor pago porque incluía las propinas, pero era bien diferente: de estar solo y delante de un torno, pasaba a recibir gente. Tuve que aprender inglés, algo de portugués y estar más atento a lo que necesitaban otros.” Sin embargo, reconoce que por entonces no tenía ningún compromiso solidario con sus compañeros. “Yo había aprehendido el consumismo de un materialismo estúpido. A muchos nos pasaba. Éramos perros fieles de los dueños. Sólo me importaba venir, trabajar, cobrar e irme. Y si le pasaba algo a un compañero, no me involucraba”, señala Ruarte.
Pero hacia fines de los ’90, comenzaron los despidos hasta su cierre el 28 de diciembre en 2001. “Con mi familia, intentamos subsistir con el trueque. Hacíamos empanadas que canjeábamos por frutas o alguna otra cosa que necesitáramos. Y como en mi primer trabajo había aprendido algo de soldadura, hacía changas y zafábamos con eso. En la feria del trueque, al lado de mi mesa, un odontólogo ofrecía sus servicios.” Pero esa experiencia fracasó y un grupo de 15 trabajadores empezaron a reunirse, atentos a los movimientos de recuperación de empresas que habían sido cerradas fraudulentamente por sus dueños. Recién ahí empezó a tomar conciencia de que la falta de compromiso con sus pares, los había llevado a todos a esa situación. “Empezamos a ir a las asambleas de algunas recuperadas y empezamos a soñar con volver.”
Ya asesorados, conformaron una cooperativa, que él presidió, e ingresaron al Bauen forcejeando con la Policía. Sabían que se les iba la vida en eso.
La sorpresa fue inmensa. Después de un año y medio en total desuso y vaciamiento, el hotel estaba inutilizable. “Desde televisores hasta ropa de cama, pasando por maquinaria de limpieza o elementos de cocina; todo lo habían pasado a la parte del hotel que da sobre avenida Corrientes y que habían separado administrativamente hacía unos años. Una maniobra clásica para evitar la reactivación.” Así, Marcelo recordaba esa mezcla de alegría por la esperanza en la recuperación, con la tristeza y desolación que los invadió por no saber qué hacer. Era el 21 de marzo de 2003.
Sin cobertura médica, con los hijos de todos los trabajadores con necesidades básicas insatisfechas, empezaron a pedir limosna en la calle, mientras resistían adentro.
Como lo único en buen estado eran los salones, se les ocurrió recorrer el listado de empresas recuperadas ofreciéndolos para festejos familiares. “El primero fue un cumpleaños de 15 de la hija de un trabajador de la (empresa gráfica autogestionada) Chilavert. Con ese dinero compramos ropa de cama, pagamos la limpieza de cortinas y limpiamos los baños que tenían óxido por todos lados.” Pero el paso que permitió la reactivación, se dio cuando lograron que una compañía de 70 músicos venezolanos se instalara allí un mes. Se trataba de una orquesta en gira por Buenos Aires, conformada por chicos marginados que habían aprendido música como parte de un plan de ayuda del gobierno de Chávez. “Esa fue la mano que necesitábamos para volver a poner en marcha el hotel.” Y por eso, llevaron su ejemplo de lucha al congreso que se organizó, tiempo después, en Venezuela.
A poco de empezar, con trabas judiciales exigieron el desalojo e intentaron impedirles usar el nombre. Pero afloró la imaginación: un trabajador logró un juego de palabras que rápidamente inscribieron y quedó: Buenos Aires Una Empresa Nacional (B.A.U.E.N.).
En su momento de esplendor, el hotel generó algo más de 200 puestos de trabajos. Al cerrarse en 2001, no eran más de 20. Autogestionado recuperó más de 150, que se suman a los empleos que generan los contratos con empresas proveedoras de insumos.
La orden de desalojo sigue firme, ratificada por la Corte Suprema de Justicia, en julio de 2011. Los trabajadores no se rinden, la dignidad de sus familias está en juego.
Han recibido el apoyo de los bloques de distintos partidos, menos del PRO que siempre se mostró contrario a la administración de los trabajadores. “Para la derecha, el Bauen sigue siendo un símbolo. Porque era mostrar que la tenían así de grande y que son tan hábiles que podían hacer negocios estafando al Estado. No van a dejar que 160 negros la autogestionemos.”
El 19 de abril reciente de 2012 fueron citados al Juzgado comercial nº 9 de Capital Federal donde les notificaron una nueva orden de desalojo que puede definir la historia de este emblema de las empresas recuperadas por sus trabajadores.
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