Opinión

Hace un par de años la ex diputada Elisa Carrió dijo con solemne dramatismo que “Clarín y La Nación eran la Argentina.” Fue, sin dudas, una de las caracterizaciones más conservadoras que alguien pudo haber hecho sobre la argentinidad en la balaustrada del Bicentenario del nacimiento de la Patria.

Por Hernán Brienza

Argentina era –según esa sentencia– ese pensamiento liberal conservador del mitrismo decimonónico que apoyó la Guerra al Paraguay, la Sociedad Rural, los golpes de Estado y que combatió los movimientos populares como el yrigoyenismo y el peronismo. La Argentina era –también– la complicidad con la dictadura militar, la nefasta apropiación de Papel Prensa y el apoyo al desguace del Estado del primer menemismo. Clarín, concretamente, fue ese grupo que en democracia digitó presidentes, manipuló el humor de los argentinos, hizo negocios turbios a costa de la monopolización de la información y, por último, se convirtió como el Grupo Yabrán en una empresa paraestatal que formateaba la conciencia de los argentinos. Hoy cualquier argentino lee las noticias manipuladas por el diario del instrumento de viento, mira las noticias por televisión donde quiera que vaya en TN y deglute sin digerir los zócalos de esa señal está obligado a ver los canales de cable que al Grupo se le ocurre –en las provincias es todavía más dramática la situación porque son dueños de la señal de cable pero también en muchos casos del único canal informativo local–, a través de sus decenas de señales de radio –Mitre, FM 100– y sus cientos de repetidoras en los pueblos y ciudades le susurra, al oído de los ciudadanos cómo tienen que pensar y razonar, y como si fuera poco, controla también los servicios de Internet por cable. La Argentina era ese pulpo mediático y empresarial –también atendía otros negocios como el sojero y el arrocero y las AFJP– con negocios sucios heredados de la última dictadura militar y aceitados en democracia con su política extorsiva sobre el mundo político y empresarial –el caso Boldt es un claro ejemplo de cómo operaba en los negocios del Estado– y con capacidad de hacer mirar a la justicia para que torciera la balanza siempre en su favor.
Sin embargo, desde hace un par de años a esta parte, la Argentina fue cambiando lentamente su piel en un devenir democratizador, en el que el Estado –como aparato institucional soberano y autónomo– y el gobierno nacional –legitimado por los votos de los ciudadanos y “los pueblos”– pudieron hacerle frente a ese poder corporativo e ilegítimo que representaba el Grupo Clarín. La gran vuelta de página fue la sanción de la Ley de Medios en 2009. Pero Clarín todavía manejaba los resortes del Poder Judicial para entorpecer la decisión de las mayorías legislativas elegidas por los argentinos. Ayer, la Corte Suprema de la Nación le puso un coto a las maniobras de Clarín. Desde el 7 de diciembre en adelante, Héctor Magnetto tendrá que cumplir las leyes tanto como usted o como yo. La política ha vencido a las corporaciones. Y esa es una muy buena noticia para todos los argentinos.
Tiempo Argentino, este diario hecho con dignidad por periodistas como Roberto Caballero, Cynthia Ottaviano, Gustavo Cirelli, entre tantos otros hombres y mujeres valientes de su redacción, nació hace exactamente dos años –casi el mismo tiempo que duraron las chicanas judiciales de Clarín contra la Ley de Medios–. Cuando salió a la calle pregonó que el Bicentenario entrañaba la posibilidad de una Nueva Argentina. Ayer se dio vuelta una página importante de nuestra historia democrática. La Argentina ya no es Clarín y La Nación, como decía Carrió hace un par de años. Hoy soplan nuevos vientos. Más limpios, más plurales, más conscientes. La Argentina, hoy, vive un nuevo tiempo.

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