Opinión
Cristina Fernández no sólo es hija de una madre que fue siempre peronista; por su parte militó desde su juventud en las organizaciones estudiantiles del peronismo platense. Ello le valió un mes de cárcel en Río Gallegos poco antes de la dictadura, cuando Néstor, ella y una pareja amiga fueron apresados, separados entre sí y confinados a comisarías locales.
Por Roberto Follari *
El peronismo de la Presidenta no sólo es historia, sino también ejercicio y acto; no en vano ella reestatizó los fondos de las AFJP y ahora expropia acciones de YPF, devolviendo al pueblo argentino algunas liturgias que le fueron caras en la década de 1945 a 1955.
Por cierto que el kirchnerismo ha impuesto un matiz propio a su clara raíz peronista: derechos humanos, la no represión de la protesta social, derechos de reconocimiento como los atendidos en la ley de matrimonio igualitario. Son otras épocas, han pasado muchas cosas en el país, se vivió la dictadura más atroz de nuestra historia. Pero la matriz peronista es indeleble en la línea política del kirchnerismo; ¿o acaso alguien puede creer que este fenómeno político pudo haber surgido de otra tradición política argentina? Eso es totalmente impensable.
Es cierto: el peronismo de Néstor Kirchner y de Cristina ha incluido nuevos actores y aliados, sobre todo provenientes de los movimientos sociales y de partidarios de la izquierda. Y ha dejado un pequeño núcleo peronista residual a su derecha, el cual –al estar pegado al duhaldismo cuando no al macrismo– tiene enormes dificultades para encontrar algún margen de legitimidad social que se asocie a la historia de lucha que caracteriza al movimiento.
A diferencia de esos sectores, el kirchnerismo es claramente peronista; sobre todo por su capacidad de decisión, y por haberse enfrentado al establishment de esta época, produciendo exactamente el tipo de odios y rechazos que para los sectores liberales y conservadores produjera Perón en su momento. Es que de eso se trató históricamente el peronismo: una identidad del pueblo, de los de abajo, de los trabajadores y de quienes se identifican con ellos.
Por supuesto que el kirchnerismo es peronismo “y algo más”. Sin dudas que reúne y convoca genuinamente a sectores sociales que provienen de otras matrices políticas, lo cual es tan coherente como lo fue para Perón el conjuntar dirigentes que provenían desde el conservadurismo católico hasta el socialismo.
Ahora bien, hay quienes pretenden despojar al kirchnerismo de su impronta peronista, para ver qué del peronismo pudieran rescatar para sí. Un caso paradigmático es el de De Narváez, un empresario sin historia de militancia alguna, pero que bien supo asociarse a los propietarios agrarios en el año 2008 para obtener un efímero triunfo para diputado en provincia de Buenos Aires en 2009. Dos años después, es un triunfo que a nadie ya importaba. De Narváez no tiene convocatoria peronista, y sus votos del 2009 fueron fruto exclusivo de la avalancha mediática destituyente que surgió a partir del conflicto del Gobierno con la patronal rural.
Ahora, De Narváez dice que espera a Scioli para que éste deje el kirchnerismo. Lo hace imaginando que hay un peronismo activo y convocante fuera del que conduce Cristina. Pero si bien hay jóvenes seguidores de la Presidenta, ésta también ha otorgado beneficios sensibles a los trabajadores y a los pobres territorializados en villas y barriadas. Cristina ha mostrado –y lo hace intermediada por diversas organizaciones sociales– que tiene llegada en los sectores sociales populares de la Argentina profunda.
Se quedará esperando De Narváez, seguramente. Porque Scioli, que nunca se ha mostrado apresurado, sabe que sacar los pies del plato podría salirle caro. Es alguien que ha funcionado bien dentro del dispositivo general del kirchnerismo, pero que no tiene posibilidad de conducir a éste en su conjunto, pues no representa el centro ideológico del dispositivo general, como proponía Perón. Pero si tiene algún destino como dirigente peronista, él sabe que lo tiene dentro del kirchnerismo: salir de allí es ir a habitar el desierto. Y por más que la derecha argentina –bastante desilusionada por la impotencia de Macri– le haga toda clase de cantos de sirena, Scioli sabe que su posibilidad histórica tendrá que jugarla dentro del kirchnerismo, o intentando alguna modalidad de identificación simbólica con él.
Es que allí está el peronismo que importa, el ampliamente mayoritario. Y sería absurdo dejar de ser parte del mismo para desgajarse hacia las minorías en momentos en que, además, el timón del Estado nacional –espacio desde donde el peronismo hizo su primera y principal construcción histórica– está en manos de Cristina Fernández de Kirchner.
Por cierto que el kirchnerismo ha impuesto un matiz propio a su clara raíz peronista: derechos humanos, la no represión de la protesta social, derechos de reconocimiento como los atendidos en la ley de matrimonio igualitario. Son otras épocas, han pasado muchas cosas en el país, se vivió la dictadura más atroz de nuestra historia. Pero la matriz peronista es indeleble en la línea política del kirchnerismo; ¿o acaso alguien puede creer que este fenómeno político pudo haber surgido de otra tradición política argentina? Eso es totalmente impensable.
Es cierto: el peronismo de Néstor Kirchner y de Cristina ha incluido nuevos actores y aliados, sobre todo provenientes de los movimientos sociales y de partidarios de la izquierda. Y ha dejado un pequeño núcleo peronista residual a su derecha, el cual –al estar pegado al duhaldismo cuando no al macrismo– tiene enormes dificultades para encontrar algún margen de legitimidad social que se asocie a la historia de lucha que caracteriza al movimiento.
A diferencia de esos sectores, el kirchnerismo es claramente peronista; sobre todo por su capacidad de decisión, y por haberse enfrentado al establishment de esta época, produciendo exactamente el tipo de odios y rechazos que para los sectores liberales y conservadores produjera Perón en su momento. Es que de eso se trató históricamente el peronismo: una identidad del pueblo, de los de abajo, de los trabajadores y de quienes se identifican con ellos.
Por supuesto que el kirchnerismo es peronismo “y algo más”. Sin dudas que reúne y convoca genuinamente a sectores sociales que provienen de otras matrices políticas, lo cual es tan coherente como lo fue para Perón el conjuntar dirigentes que provenían desde el conservadurismo católico hasta el socialismo.
Ahora bien, hay quienes pretenden despojar al kirchnerismo de su impronta peronista, para ver qué del peronismo pudieran rescatar para sí. Un caso paradigmático es el de De Narváez, un empresario sin historia de militancia alguna, pero que bien supo asociarse a los propietarios agrarios en el año 2008 para obtener un efímero triunfo para diputado en provincia de Buenos Aires en 2009. Dos años después, es un triunfo que a nadie ya importaba. De Narváez no tiene convocatoria peronista, y sus votos del 2009 fueron fruto exclusivo de la avalancha mediática destituyente que surgió a partir del conflicto del Gobierno con la patronal rural.
Ahora, De Narváez dice que espera a Scioli para que éste deje el kirchnerismo. Lo hace imaginando que hay un peronismo activo y convocante fuera del que conduce Cristina. Pero si bien hay jóvenes seguidores de la Presidenta, ésta también ha otorgado beneficios sensibles a los trabajadores y a los pobres territorializados en villas y barriadas. Cristina ha mostrado –y lo hace intermediada por diversas organizaciones sociales– que tiene llegada en los sectores sociales populares de la Argentina profunda.
Se quedará esperando De Narváez, seguramente. Porque Scioli, que nunca se ha mostrado apresurado, sabe que sacar los pies del plato podría salirle caro. Es alguien que ha funcionado bien dentro del dispositivo general del kirchnerismo, pero que no tiene posibilidad de conducir a éste en su conjunto, pues no representa el centro ideológico del dispositivo general, como proponía Perón. Pero si tiene algún destino como dirigente peronista, él sabe que lo tiene dentro del kirchnerismo: salir de allí es ir a habitar el desierto. Y por más que la derecha argentina –bastante desilusionada por la impotencia de Macri– le haga toda clase de cantos de sirena, Scioli sabe que su posibilidad histórica tendrá que jugarla dentro del kirchnerismo, o intentando alguna modalidad de identificación simbólica con él.
Es que allí está el peronismo que importa, el ampliamente mayoritario. Y sería absurdo dejar de ser parte del mismo para desgajarse hacia las minorías en momentos en que, además, el timón del Estado nacional –espacio desde donde el peronismo hizo su primera y principal construcción histórica– está en manos de Cristina Fernández de Kirchner.
* Doctor en Filosofía, profesor de la Universidad Nacional de Cuyo
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