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El presidente ecuatoriano Rafael Correa, efusivo y claro como siempre, habló de todo con la Radio de las Madres. Desde las dificultades que interpone una oposición que sólo desea que no se modifique un statu quo que beneficia a la oligarquía, al rol de los medios en el contexto de un continente que sigue un rumbo contrario a esos intereses y a la relación que ahora mantiene con el colombiano Juan Manuel Santos, de quien dice que cumple lo que promete.

Por Pablo Caruso

Antes que nada, un gran abrazo a las Madres. Mucho de esto se inspira en su lucha inclaudicable por la verdad, la justicia, contra los poderes de siempre. Un abrazo en sus 35 años de conformación, y a nuestra querida amiga Hebe de Bonafini”, dijo el mandatario ecuatoriano a modo de introducción de la entrevista.

–¿Cómo caracteriza la transición del neoliberalismo hacia la recuperación de las soberanías?
–Aquí llamamos revolución al cambio radical, profundo y rápido de las estructuras vigentes, y básicamente a las estructuras de poder. América Latina no saldrá adelante si no se rompe el espinazo de la estructura de poder que nos ha esclavizado, condenado al atraso, excluido a las grandes mayorías durante dos siglos. Esto ha sido minado por unas pocas élites, con todos los privilegios, que han excluido de los beneficios del progreso a las grandes mayorías. Estamos en esa lucha, que es una lucha política. El desarrollo es también algo técnico, pero el punto de partida es también algo político: actuar en función de las grandes mayorías. Ese cambio de las estructuras de poder significa, en la lucha política, pasar de un estado burgués a un Estado popular, que no represente sólo a una élite, sino a las grandes mayorías. Y rescatando la soberanía, porque el neoliberalismo no sólo tuvo implicancias económicas. Tuvo implicancias de desestructuración social satanizando la política, los políticos éramos diabólicos.
–¿Hoy es el momento neurálgico de esa transición?
–Es un proceso. Ya hemos tenido momentos neurálgicos, puntos de quiebre, como la Constitución de 2008 que acabó con la Constitución neoliberal de 1998 hecha en un cuartel militar y nunca puesta a consideración del pueblo ecuatoriano. Aquel proceso participativo, tal vez el más grande en la historia del país, con miles de ciudadanos y organizaciones que en conjunto construimos una nueva Constitución que acabó al menos formalmente con el neoliberalismo. Todavía estamos implementando esta Constitución. América Latina sigue un proceso, y Ecuador también. Habrá muchos puntos neurálgicos más. Otro punto fue la muy exitosa renegociación de la deuda externa, la recuperación del petróleo, pero nos falta mucho aún.
–¿Cómo maneja el equilibrio entre lo coyuntural y lo urgente, siempre con aquella cuota de realismo político, con aquello que va conformando los paradigmas?
–Es muy duro. Tenemos que trabajar el triple, ser diez veces más eficientes, y aun así no siempre alcanzamos. No estamos administrando un sistema. Lo estamos cambiando. No es como en los EE UU, donde la disputa es entre demócratas y republicanos. ¿Cuáles son las diferencias? Más diferencias tengo yo entre lo que pienso en la mañana y lo que pienso en la tarde. Es un país institucionalizado, donde hay consenso sobre un sistema que les ha funcionado más o menos, en una mayor parte de su historia. Nosotros estamos cambiando ese sistema. Y tenemos verdaderos opositores que quisieron vernos muertos, porque están perdiendo sus privilegios, el poder que siempre ostentaron para defender sus intereses y aplastar a las grandes mayorías.
–Repasando las tragedias de América Latina uno encuentra métodos y programas similares. Basta recordar las crisis de Ecuador en 1999 y de la Argentina en 2001. Al mismo tiempo se han ido conformando sistemas institucionales que van apoyando y sosteniendo ese paradigma y sistemas culturales. ¿Cómo se trabaja en esa cuestión, en institucionalizar, y en lo cultural?
–Así como tenemos valores culturales muy lindos en América Latina –espontaneidad, solidaridad, alegría– también tenemos cosas que nos condenan al retraso, a eludir responsabilidades, siempre la culpa es de los demás, nunca es nuestra. La inconsistencia entre lo que expresamos y lo que practicamos: estoy contra la corrupción, pero si el acusado es mi padre, mi amigo, mi vecino, lo escondo por solidaridad, una falsa solidaridad. Tenemos que ser muy duros y críticos de nosotros mismos en ese sentido. Si quieres un punto de vista institucionalista, hay las que se llaman instituciones formales, que también reflejan las relaciones de poder. Lo que teníamos en Ecuador. Estamos haciendo una reforma muy grande al sistema de garantías donde todo era en función del capital: si de buena fe no podías pagar tu casa como en España y la habías hipotecado, te la valoraban mal y si no cobraban la deuda te quitaban todo. ¿Entonces de qué sirve la hipoteca? No la llamemos hipoteca, se puede llamar de cualquier forma. Estamos mandando una ley que con hipoteca, la entrega de la casa o el bien inmueble hipotecado, se extiende la deuda. Eso es la institucionalidad formal: refleja la relación de poder siempre en función del capital, pero también hay institucionalidad informal que te da la cultura. La institución formal dice que yo paro cuando hay una luz roja. Pero si la cultura me dice no importa, si nadie respeta el frenar con una luz roja, no sirven las instituciones formales. Y una manera de reforzar las instituciones formales es también hacer cambios culturales. Yo creo que mientras más institucionalizado es un país desde el punto de vista de las instituciones formales en función de las grandes mayorías, y las instituciones formales que da la cultura reforzando ese marco institucional formal, no es necesario hacer líderes. No siempre serán necesarios. En países tan poco institucionalizados como los nuestros, donde hay todo por hacer, por supuesto que los líderes son fundamentales. Y eso no es malo, es bueno en un proceso de cambio profundo. ¿Los padres fundadores de los EE UU acaso no fueron líderes? ¿Los reconstructores de Europa después de la II Guerra Mundial acaso no tuvieron grandes liderazgos? Cuando ya se tiene una institucionalidad reforzada,  ahí ya se puede tener hasta un Bush.
–¿Será posible en algún momento en esta necesaria transformación cultural que se remplace la competencia, el mercado, por la integración?
–Si tú tienes un mercado imperfecto, con pocas empresas que dan mala calidad, hasta el economista más ortodoxo te dice que el Estado debe intervenir para defender al consumidor. Hay pocos medios de comunicación social que conviven, se ponen de acuerdo, dan información sesgada de acuerdo a sus intereses, y si tú quieres regular ese mercado, es atentado a la libertad de expresión. ¿Por qué? Porque es poder. La economía no ha estudiado lo suficiente: estudian mucho la producción de bienes como intercambio de mercancía, pero son derechos. Los medios de comunicación proveen derechos. La administración de noticias es un derecho, administrada por agentes privados con fines de lucro. Sería cuestionable porque la información es un derecho. Cuando la Economía dice que es una ciencia social que estudia las relaciones de intercambio de producción, etcétera, para satisfacer necesidades humanas, deberemos preguntarnos qué son necesidades y qué son simples deseos. Y tal vez una ciencia social que se preocupe de determinar de dónde vienen esas necesidades sociales (Antropología, Sociología, etcétera) y evitar las necesidades inútiles o caer en el simple desear.
–¿Qué rol ocuparon los medios y cuál deben ocupar en esta transformación?
–Nos interesa sinceramente discutir la ley. Aunque existe Ley de Comunicación, sólo que no se dice. En economía se lo llama “oportunismo”. Cuando les conviene se inventan grandes e importantes factores de la realidad, información que nos puede contextualizar la noticia. Ecuador lucha por una Ley de Comunicación y la llaman ley mordaza. “El presidente dictador quiere poner en vigencia esa ley mordaza”. Y los medios se oponen. Lo que no dicen es que hoy sí tenemos una ley, que es mordaza, de la época de la dictadura militar. Lo que queremos es cambiar la ley actual por una moderna, que cumpla con la nueva Constitución, con los tratados internacionales y que respete la comunicación como un derecho de todos los ciudadanos.
–¿Qué rol debería ocupar la oposición en el futuro? Y si usted fuera opositor, ¿qué contradicciones se marcaría?
–Si fuera opositor sería porque no estoy de acuerdo con cambiar las estructuras de este país, ¿y qué persona honesta no estaría de acuerdo con hacerlo? Si yo estoy con las grandes mayorías, velaría si soy opositor a este gobierno para que las políticas públicas sean de mejor calidad en su aplicación para lograr la eficiencia pero no para volver al pasado. Pero yo tengo más oposición en Alianza País que entre republicanos y demócratas. Los sistemas que se aplicaron en América Latina han sido un desastre. América Latina tenía todo. Si tú venías con Cristóbal Colón a América, decías que América se iba a desarrollar, había civilización, había población maya, azteca, inca, ciencia y tecnología, muchísimo recurso natural. América del Norte tenía recursos naturales pero no tenía población, eran tribus nómades. Este es uno de los grandes enigmas del desarrollo, una de las grandes preguntas sin responder. Teníamos todo para ser desarrollados, para ser la región vanguardista a nivel mundial en cuanto a prosperidad y buen vivir y todavía somos la región más desigual del mundo, con pobreza, miseria generalizada, corrupción, instituciones que no funcionan, de la época neoliberal, de entreguismo, falta de soberanía. Esto es lo que queremos cambiar y hay gente que nos quiere mantener en el pasado. Pero atención: no confundir la oposición que enfrentan los gobiernos progresistas con la oposición de la democracia burguesa. Ellos están discutiendo matices de una democracia funcional. Aquí estamos cambiando el sistema.
–¿Cada cuánto se detiene frente al espejo y qué pasa en ese encuentro?
–Muy pocas veces me detengo frente al espejo, tan sólo a afeitarme. Siempre trato de no tomarme muy en serio ni cuestionarme mucho, pero algunas veces te diría que mi mayor virtud es reírme de mí mismo, y a la vez mi mayor defecto.
–Da la sensación de que la ciudadanía tiene poco acceso directo a la verdad. Y que incluso eso a veces dificulta la explicación de alguna medida o algún escenario.
–Creo que es uno de los grandes males en nuestra América: somos muy tolerantes a la mentira y esa falta de verdad nos ha destrozado. Y ahí debemos compararnos –aunque las comparaciones duelan– con los anglosajones. Para ellos, es antinatural mentir. Para los latinos, muchas veces es natural. Se miente demasiado. Acaba de decir un político opositor que acá hay 180 dirigentes indígenas encarcelados.  Que me digan dónde están. Esas son las tonterías que se repiten una y otra vez.  Que no hay libertad de expresión. Soy el presidente más insultado de la historia de este país. Se miente en política, mienten los medios de comunicación. El juicio contra el diario El Universo, que dijo que yo había ordenado disparar contra civiles ese 30 de septiembre cuando me quisieron matar a mí. Y defendieron eso en nombre de la libertad de expresión. Defendieron una grosera mentira, cuando la libertad se basa en la verdad. Yo soy creyente. “Solamente la verdad os hará libre”, como dice el Evangelio. Se miente en lo cotidiano. Si un chico llega tarde a la clase porque se durmió, dice la madre que hubo mucho tráfico, un accidente. Debemos desterrar esa mentira. Tenemos que amar despiadadamente la verdad.
–Leí en un diario dominical de Ecuador, la opinión de un ex canciller ecuatoriano, que no recuerdo su nombre…
–De muchos de los ex cancilleres conviene no recordar su nombre…
–Decía que lo que Correa está haciendo es patear las relaciones internacionales…
–Bueno, algunas relaciones hay que patearlas. Eso es lo que no entienden: dicen que no tenemos política internacional, cuando en realidad es que no les gusta la que tenemos. Dicen barbaridades, como que el Ecuador está sin rumbo, perdiendo de vista todos los fracasos previos.
–¿A qué llama usted nuevas unidades geopolíticas?
–A los nuevos bloques que se tienen que conformar a nivel de relaciones internacionales. Uno de esos bloques es sin duda la Unasur.
–¿Cuánto le preocupa de aquí a futuro la presencia militar de los EE UU en Colombia? Hace poco se reunieron Obama y Santos, y entiendo que hay nuevas disposiciones.
–En el presente nuestras relaciones con Santos son mucho más serias, más transparentes, más sinceras, porque lo que dice lo cumple, y si no lo puede cumplir, nos explica. Tengo mucho menos temor, porque claro, cualquier país, imagínese si fuera un país limítrofe con Argentina que estuviera en este caso, con una guerra tan prolongada, tantos grupos irregulares de derecha e izquierda, que no controla gran parte de su territorio y que anualmente le meten miles de millones de dólares de
EE UU, con gran armamento, preocuparía a cualquier país vecino. Ese es el caso del conflicto colombiano y de Ecuador, pero el gobierno del presidente Santos sabe que cuenta con nuestra total colaboración, en todo lo que podamos hacer para superar el conflicto lo más rápidamente posible.   <

El costo de dejar la dolarización

–¿Cuál es el camino de Ecuador para salir de la dolarización y recuperar la política monetaria?
–La salida de la dolarización sería tremendamente dolorosa, caótica. Nosotros, como alternativa, en mediano y largo plazo, pensamos ir haciendo una moneda común que creemos que tarde o temprano llegará a la región a través de la Unasur. Acá pusieron la dolarización siguiendo el ejemplo argentino, incluso vino Domingo Cavallo a asesorar. Cuando estalla la Convertibilidad nos quisieron convencer que la dolarización era diferente a la Convertibilidad, cuando en realidad son hermanas gemelas. La diferencia es que nosotros perdimos la moneda nacional, y salir de la dolarización para nosotros sería mucho más doloroso que para ustedes, que no habían perdido su moneda nacional. El gran talón de Aquiles de nuestra economía es el sector externo, por la falta de competitividad producto de la dolarización, pero seguimos adelante, controlando las cosas, y nos va bastante bien.

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