Entrevista al padre José María “Pepe” Di Paola

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Después de 13 años en la villa 21-24 de Barracas, el párroco de la Virgen de Caacupé se marcha a Santiago del Estero. Dice que la iniciativa del macrismo de escriturar terrenos es sólo un parche frente a la crisis habitacional.

Por Claudio Mardones


Veo cada vez más chicos consumiendo paco en las villas porteñas”, dice el padre José María Di Paola mientras cuenta los días que le faltan para dejar la parroquia de la Virgen de Caacupé, la misma que lo recibió en 1997, a pocos metros de Luna y Osvaldo Cruz, “cuando la Villa 21-24 de Barracas llegaba hasta las vías del tren”, recuerda. Catorce años después, es una de las más grandes de la ciudad. “Cuando llegué vivían acá 20 mil personas, pero ahora la población supera las 40 mil”, advierte el párroco que mañana será despedido por el cardenal primado de la Argentina, Jorge Bergoglio, antes de partir la próxima semana al norte de Santiago del Estero.

Conmovido por los vecinos que van todos los días a despedirse, recibió a Tiempo Argentino con el mate en la mano y el termo del Club Huracán en la otra. Hasta el lunes será el coordinador del Equipo de Sacerdotes para las Villas de Emergencia, el organismo que desde 1968 interviene en todas las villas porteñas. Durante su paso por Barracas asistió al nacimiento del consumo masivo del paco y hoy enfrenta su apogeo. Dice que el Estado porteño “no ha hecho lo suficiente para atender la creciente cantidad de menores de edad adictos”, pero sostiene que esa falla es patrimonio de los gobiernos de la ciudad, bonaerense y nacional. Dos días después de que el macrismo anunciara la entrega de terrenos a vecinos de las villas porteñas, el parroco dice que se trata de “un parche”, y advierte que si no hay una respuesta integral para la población villera los problemas volverán a repetirse: “En la Villa 21-24 están por pasar otras cosas, como el desalojo de miles de vecinos que viven en la costa del Riachuelo”, agrega. Hace dos años, cuando se filtró que en la ciudad había 600 chicos en situación de pasillo, Pepe no se sorprendió. A casi tres años de esa revelación, considera que “hay muchos más”, mientras sostiene que se podrían “salvar muchas más familias del precipicio si el Estado y la sociedad no fueran tan tibios con este tema”.

–La semana próxima le tocará emprender algo que sus vecinos han vivido mil veces: una larga mudanza.


–Este domingo tuve una reunión con 250 vecinos que me hicieron una especie de despedida. Al principio, no sabía cómo empezar a hablarles. Se me ocurrió decirles: “Ustedes están viviendo acá pero tuvieron que dejar el lugar donde se criaron y donde tienen a su familia. Ahora yo siento algo parecido: viví la mitad de mi vida acá en Barracas, y despegarme de acá me cuesta mucho. Dentro de poco voy a tener una experiencia parecida a la que ustedes vivieron muchas veces: me iré lejos, a más de 1000 kilómetros, y esa experiencia de desarraigo ahora estoy por empezar a vivirla yo.”

–¿Cómo era la villa cuando llegó?

–Mejoraron algunas cosas. Se sentía la falta de trabajo para el obrero. Me acuerdo que los padres decían que estaban hartos de ser amas de casa. La villa, hasta 2001, tenía 20 mil habitantes, pero a partir de 2003, cuando empieza el boom de la construcción, comienza la gran migración que viene al barrio y que mantuvo siempre su identidad. Acá tenemos miles de migrantes que vinieron por problemas de salud. Jesús salvó su vida porque María y José emigraron a otro país como Egipto, y por eso creo que cuidar la salud de un hijo está por encima de todo.

–Pero usted fue testigo de la violenta irrupción del consumo del paco, junto a una mayor segregación de los pobres.

–Son dos procesos conectados. El Estado mantiene una presencia muy floja, y eso hace que los sectores más pobres se vuelvan más vulnerables. Siempre advertimos que la respuesta no es solamente el ladrillo, el asfalto y la infraestructura. Ahora hay edificios nuevos, pero con mucha droga, con poca promoción de las personas y sin que aparezca ningún profesional en esos barrios. La verdadera urbanización pasa por la persona, pero el concepto que predomina en los porteños es hacer la estructura edilicia, cuando la realidad es otra. Por eso en nuestro barrio primero hemos buscado tener escuelas, bibliotecas, centros deportivos, comunitarios y cercanía con las universidades. Esa es la verdadera urbanización, el verdadero trabajo para anticiparse a la llegada del paco y de cualquier droga.

–Usted habla de verdadera urbanización, pero el gobierno porteño anunció que comenzará a entregar títulos de propiedad a vecinos de las villas porteñas como una forma de enfrentar la crisis habitacional. ¿Le parece una medida progresista?

–Acá se han perdido oportunidades históricas. Primero, los militares erradicaron en vez de lotear. Hoy tendrían barrios hermosos, porque el pobre, cuando puede construir y tiene la oportunidad de hacerlo, lo hace muy bien. Después, con el retorno de la democracia, la mayoría de las villas estaban casi vacías. También entonces se podría haber loteado, entregando la vivienda. Si no se da una respuesta a un todo, el problema va a continuar. Todo habitante de una villa necesita una respuesta en este proceso: ya sea de tenencia, con derecho a una vivienda, pero tiene que ser integral, sino será un parche.

–El equipo de sacerdotes habla de integración urbana, pero es la primera vez que hay una respuesta de un gobierno conservador frente al empeoramiento de la crisis habitacional.

–Todo habitante de una villa tiene derecho a su escritura, y el que a lo mejor no puede entrar en el loteo, tiene derecho a una vivienda real a construirse cerca. Hacen falta muchas, y ahora la justicia federal ha comenzado a notificar del desalojo a los vecinos que viven al costado del Riachuelo. Si se hicieran las cosas como corresponde entre Ciudad y Nación, se podría acordar que los terrenos que todavía están vacíos fueran para construir un plan de vivienda en serio, sin desarraigo.

–¿Cuál es su mensaje para el barrio y los compañeros del equipo que lo acompañaron durante 14 años?

–Para mí, es seguir en la misma trinchera de la opción por los pobres, más allá del lugar en donde estemos. A la gente de mi barrio le digo: hasta siempre, porque es mi familia. En ellos encontré la felicidad en medio de las situaciones más complicadas. Es como dice el Chaqueño Palavecino: “Me voy amigos, me voy, y al partir me siento morir.” Por eso creo que la mejor forma de homenajear a los vecinos de esta villa es no defraudar a los santiagueños.

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