Opinión

Hacia unos seis años noté que en la misma medida que los adolescentes abandonaban el reloj pulsera comenzaban a usar teléfonos celulares. Esos dos cambios de hábitos implicaban, simultáneamente, el abandono de una temporalidad y la adopción de una nueva espacialidad.

Por Fernando Peirone

El aula que para nosotros los docentes era un lugar cerrado y a resguardo del mundo, para los jóvenes –con los mensajes de texto– se había convertido en una gran plaza pública en la que se mantenían en estado asambleario permanente con sus “contactos”.
Me pareció entonces que como docentes debíamos abrir las ventanas de los claustros (cuya etimología significa “encierro”) a un mundo que, desde el higienismo del siglo XIX y sin solución de continuidad, se había considerado contaminante. Comencé a incorporar los canales intersticiales que abrían los celulares como recursos pedagógicos para la enseñanza de la filosofía. Sobre todo para la producción filosófica. Después de hablarles a mis alumnos de la duda cartesiana, en lugar de decirles “saquen una hoja”, les decía “saquen sus celulares y manden a la persona que ustedes quieran un SMS que diga ‘pienso, ¿luego existo?’”. Sobre las variadas respuestas que llegaban de vuelta al aula, y en un clima de gran entusiasmo, comenzábamos a trabajar la idea de sujeto moderno y su metamorfosis actual.

* Ensayista, director académico del Programa Lectura Mundi de la UNSAM y autor de “Mundo extenso”, sobre la dimensión social y política de las nuevas tecnologías

http://tiempo.infonews.com - 110512