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Se estrenó en los cines “Industria Argentina – Las Fábricas son para los que trabajan”. Esta ópera prima del director Ricardo Díaz Iacoponi retrata con singular fidelidad las vivencias de los obreros de las fábricas recuperadas en la Argentina a partir de la crisis del 2001. Una historia imperdible que muestra un fenómeno social único en el mundo. Para recomendar.

Juan (Carlos Portaluppi) hace meses que no cobra su salario, al igual que sus compañeros de la fábrica Metalúrgica Alurmar en la localidad de Munro. Muchos ya se fueron. Pero un grupo de trabajadores aún resiste en la confianza de que el dueño de la empresa podrá cumplir sus promesas de recuperarse y volver al ímpetu de los días mejores. Corren los duros días del año 2001, las fábricas cierran, los depositantes no pueden recuperar su dinero, en ese panorama lúgubre de creciente desempleo, sólo les queda aguantar.

Hasta que una mañana se encuentran que no pueden entrar a la fábrica. Estaba cerrada. El dueño les informa que ya no puede seguir adelante y que deben retornar a sus casas hasta que mejore la situación. Los obreros deben enfrentar a sus familias que reciben la noticia con desesperación, acusándolos por haber sido tan ingenuos al esperar y confiar.

Poco después, ocurre algo que cambia el curso de la historia. Una noche de verano, mientras uno de los trabajadores pasea el perro en las cercanías de la fábrica, descubre el gran engaño. El dueño estaba llevándose las máquinas a otro lugar para, desde allí, continuar con su negocio bajo otro nombre, deshaciéndose así de sus deudas y obligaciones como empleador.

Esto los lleva a reunirse otra vez y a organizarse como una  cooperativa de trabajo con el fin de retomar sus tareas y poner en funcionamiento la fábrica. Así comienzan a transitar el arduo camino de trabajar sin patrón.

La actuación estelar de Soledad Silveyra, como síndico de la quiebra de Alurmar, enriquece las angustiantes escenas que transcurren en la trastienda de los tribunales, donde los trabajadores pelean por ser autorizados por el juez mientras acampan en la entrada de la planta.

En una entrevista concedida a Juan Carlos Russo, el director Ricardo Díaz Iacoponi explicó que la idea de hacer una película de ficción sobre el tema surgió a raíz de que había sido convocado para colaborar sobre un documental acerca de las fábricas recuperadas: “Fue emocionante escuchar esos relatos. Llegué a mi casa y empecé a escribir el guión motivado por ese momento tan particular en que la gente se agrupaba en cooperativas y se hacía cargo de las fábricas que cerraban”, dijo el cineasta.

La historia se fue hilando a través de decenas de encuentros con los protagonistas reales, visitando las fábricas y recogiendo las experiencias de vida de muchos héroes anónimos. Así se armó este relato ágil y conmovedor llevado a la pantalla grande, que hoy exhiben los cines Monumental y Premier.

La película fue filmada en lo que fue la fábrica de ISACO SA –hoy Cooperativa de Trabajo 19 de Diciembre Ltda.-, una planta dedicada a la producción de autopartes, que en diciembre de 2002 cerró sus puertas sin el correspondiente pago de los sueldos atrasados y las indemnizaciones de sus trabajadores.  Según lo manifestaron sus protagonistas en la vida real, el guión recuperó fielmente  las vivencias de otros muchos casos como los de las cooperativas de trabajo en Ghelco, Hospital Israelita, Jugos Suin, Brukman, La Mocita, Los Manzanares de Río Negro, Astillero Navales Unidos, por citar algunos de los más conocidos.

El mayor acierto –dicen los entendidos- fue la lucidez del director en captar aspectos paradigmáticos de este movimiento social que muestran el esfuerzo y la creatividad que debieron poner en juego los trabajadores industriales dentro del panorama más desolador que había conocido la economía argentina. El cambio de roles, la desconfianza y la falta de apoyo de las familias ante un proyecto antes jamás visto ni realizado, la dificultad de tomar decisiones, la anomia, la solidaridad, pero también las traiciones de algún compañero que se vendía por una bolsita de mercadería a los intereses del empresario, quien permanecía oculto.

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