Los ataques a La Cámpora
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El alarmismo informativo desarrollado por la oposición mediática, según los argumentos expresados por sus columnistas, se basa en ‘el potencial peligro por la creciente incidencia en el poder del Estado, de esa agrupación juvenil’.

Por Jorge Muracciole

De un tiempo a esta parte y con mayor asiduidad en las últimas semanas, importantes columnistas de la prensa ligada al establishment ponen en la mira de sus análisis a la organización juvenil del kirchnerismo La Campora.
Los columnistas en cuestión van desde Mariano Grondona, en su habitual programa de cable de los domingos; Osvaldo Pepe, jefe de Redacción del “Gran diario Argentino”, en su nota de la última semana “Los Imberbes de Aerolíneas.”; hasta Carlos Pagni, en su análisis sobre uno de los miembros más destacados de dicha agrupación, el viceministro de Economía Axel Kicillof. También hay que citar las reiteradas apariciones de la periodista de La Nación Laura Di Marco, en distintos programas políticos, como Hora Clave y A dos voces. Di Marco es presentada como una suerte de “camporóloga”, tan sólo por la publicación de un libro que intenta desentrañar los orígenes, la naturaleza y los objetivos de dicha organización. En las entrevistas televisivas los fundamentos explicitados por la autora no trascienden  la mera sumatoria de aseveraciones, frases descontextualizadas, y conclusiones efectistas, que intentan ubicar en el estigmatizado mundillo de la política palaciega, a una organización de miles de militantes, tomando como base de análisis, una batería endeble de supuestos perfiles y dichos contradictorios de menos de una decena de militantes destacados de dicho colectivo.
Estos son los indicadores más relevantes de esta cruzada anticamporista, instrumentada por las empresas propietarias de Papel Prensa y sus múltiples medios de comunicación. El alarmismo informativo  desarrollado por la oposición mediática, según los argumentos expresados por sus columnistas, se basa en “el potencial peligro, por la creciente incidencia en el poder del Estado, de esa agrupación juvenil”. Este estilo periodístico intenta sembrar la sospecha permanente, en todo emergente político, que no responda funcionalmente a los dictados de lo que “debe ser la política”. O mejor dicho “la buena política”, –según su particular mirada–, es decir,  aquella que no pretenda transgredir el statu quo, que históricamente expresan los dueños del poder, los que en ese complejo entramado de intereses económicos, financieros y patrimoniales, que desde la consolidación de la República , deciden y construyen el relato hegemónico.
Hoy los censores de siempre centran su mira sobre una agrupación política que genera a su manera un trasvasamiento generacional en las filas del peronismo.
Este tipo de periodismo intenta intoxicar a la opinión pública con afirmaciones estigmatizantes hacia ese colectivo surgido de las entrañas del kirchnerismo en una coyuntura histórica de profunda asimetría con el poder real, cuando la heterogénea composición del Partido Justicialista, y la clara confrontación de distintos sectores del establishment iniciado con la llamada “crisis del campo”, hizo necesaria su constitución como uno de los tantos sostenes políticos y sociales  del actual gobierno.
En sus afirmaciones interesadas y estigmatizadoras la movida mediática intenta instalar una novela de La Cámpora y sus integrantes, asociándolos con el pasado Montonero de sus padres o familiares y termina moldeando seudopersonajes, destacando características personales, ciertas o inventadas.  De esta forma, con una puesta en escena de desconfianza y ambición de poder de cada uno de sus referentes, por carácter transitivo le endosa el sayo a todo el colectivo.
Esta movida mediática tiene el objetivo puesto en el intento de instalar en la opinión pública un manto de sospecha,  cuando paradójicamente, el accionar de esos jóvenes militantes no trasciende el común denominador de una juventud de sectores medios, inmersa en un mundo hegemonizado por el capitalismo de consumo y atravesado por valores sostenidos y reproducidos por los mass media sistemáticamente.  
En su nota de la última semana el jefe de redacción de Clarín afirma que “dicha agrupación, a diferencia de sus antecesores Montoneros no mata, pero adoctrina a jóvenes incautos y los intoxica con una falsa épica.” Estas afirmaciones significan volver a transitar discursivamente por la gramática dictatorial del supuesto “agitador subversivo” de los años setenta, germen argumentativo del terrorismo de Estado.
Este dispositivo discursivo de los escribas del poder conservador es una norma  viabilizan desde hace décadas en determinadas situaciones políticas. Ensayaron este tipo de cruzadas antimilitantes, con los jóvenes que confrontaron desde el Cordobazo y propugnaron un modelo sindical democrático, por lo que fueron acusados de “guerrilleros industriales”. En la década del ’90, también fueron objetos de críticas la organización colectiva de los excluidos del diezmado aparato productivo, a los que se denostó como agentes de la violencia y el caos. Los periódicos se preguntaban desde sus titulares: “¿qué hay detrás de las organizaciones piqueteras?” En los últimos años sus páginas se hacían eco de las afirmaciones de los privilegiados de las provincias del norte para ensuciar la formidable organización político-social emprendida por la Tupac Amaru y su máxima referente.
En distintos momentos históricos, los más jóvenes emergen en formas organizativas ligadas o no al aparato estatal. Y en cada época de diversas extracciones sociales surgieron torrentes de jóvenes que estaban dispuestos a sumarse a distintos proyectos que sintetizaron el pensamiento de época. Se podrá discrepar sobre las formas y especificidades de cada modalidad organizativa, pero lo que no se puede es –en nombre de una supuesta corrección política pero paradójicamente desde el lugar privilegiado del oráculo del establishment– difamar y bastardear con la pluma de las corporaciones las genuinas convicciones organizativas de cualquier sector de la juventud militante.

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