Sentar al antichavista Daniel Hadad, dueño de Radio 10, junto al embajador de Venezuela, Carlos Martínez Mendoza, fue un azaroso milagro del protocolo oficial. Pero reunir en la Casa Rosada a un abanico tan plural y diverso, no. Se trató de una decisión de la jefa de Estado, que eligió darle una oportunidad a la paz, también fronteras adentro de una topografía política minada casi siempre por discursos inflamados y visiones a todo o nada alimentadas por el periodismo hegemónico de mentalidad off shore.

Por Roberto Caballero

Fue inhabitual, hay que decirlo, ver en el Salón de los Patriotas Latinoamericanos a Ricardo Gil Lavedra y Francisco de Narváez; a banqueros como Jorge Brito y dirigentes sindicales de la CGT y la CTA, como Hugo Moyano y Hugo Yaski; a las Madres y Abuelas y gobernadores de todas las provincias. El único faltazo fue el de Mauricio Macri, que acusó vacaciones. Su ausencia –no tanto la física, sobre todo la emocional– fue llamativa porque hasta Patricia Bull-rich, que heredó de Elisa Carrió la impugnación al infinito de todo lo que haga el gobierno, aplaudió los pasajes centrales del discurso de Cristina Kirchner.

Esta vez, en todo un gesto, la presidencia llegó puntual a la cita. Poco después de las 19 horas, anunció que el Informe Rattenbach dejaba de ser secreto para convertirlo en la base de una nueva política de reclamo soberano por Malvinas que se puede resumir en los siguientes ejes:

1) La primera soberanía es la popular; y nada que emane de su violación puede ser atribuido al conjunto del pueblo argentino. La guerra decidida por la dictadura es un capítulo cerrado.

2) Gran Bretaña, que aún mantiene diez enclaves coloniales en el planeta, es responsable de la militarización actual del Atlántico Sur. El envío de un destructor y el uniforme de fajina del heredero al trono que viajó a las islas son prueba de ello, lo que será planteado ante el Consejo de Seguridad y ante la asamblea de la ONU.

3) La depredación de los recursos pesqueros y carburíferos será denunciada. Esto es parte de la agenda del siglo XXI: vienen por nuestras riquezas y hay que denunciar sus intenciones en todos los foros.

4) Las Malvinas son argentinas y también latinoamericanas.

5) El reclamo será político y diplomático. Somos un pueblo que padeció la violencia y no hará uso de ella.

6) Honor y gloria a nuestros ex combatientes. Eso no incluye a Alfredo Astiz ni a los genocidas juzgados por el general Rattenbach, pero sí a todos los que estuvieron en la primera línea de fuego.

Por último, Cristina usó a Lennon y es probable que en Londres alguien le haga saber a David Cameron que la presidenta argentina dijo que hay que darle una oportunidad a la paz. Pero acá, en Buenos Aires, a todos nos corrió un frío por la espalda cuando anunció, 30 años después de la guerra, la creación del hospital de salud mental para los veteranos: más de 430 de ellos se suicidaron desde entonces. Algunos de ellos, arrojándose desde las alturas del Monumento a la Bandera, en Rosario. Eso somos. Esa crueldad. Pero también, y sobre todo, hoy somos la posibilidad de remediar la patología de la desmalvinización, pese a los extraviados que dicen que las Malvinas ya se perdieron en la guerra y existen sólo en nuestra imaginación.

Es curioso lo de estos últimos: adoptan el discurso chauvinista y nacionalista de los ingleses para de-sacreditar el nacionalismo popular y democrático de millones de argentinos. ¿Será Síndrome de Estocolmo intelectual? Mirémonos a los ojos. La Patria existe. Y esta vez, quedó demostrado en la Rosada ayer, además es democrática, igualitaria, plural y pacíficamente diversa, como no sucedió en los últimos 40 años. Y digna. Eso es lo importante. Eso.

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