Opinión

No se trata una disputa ideológica. Ni se trata de un enfrentamiento por el “modelo” económico vigente. Los chisporroteos –que amenazan en transformarse en rayos y centellas– entre Cristina Fernández de Kirchner y Hugo Moyano tienen su origen en una pulseada lisa y llana por el poder.

Por Luis Tonelli *

A algunos, esto les parecerá poco lírico. A otros, la colisión natural entre dos grandes ambiciones en pugna. Lo cierto es que este tipo de situaciones forman parte de la esencia de la política y nadie tiene que sorprenderse porque de tanto en tanto suenen los tambores de guerra.  Pero claro, se trata de una colisión entre dos pesos pesados (la Presidenta y el Secretario de la CGT) y que ha tomado estado público. O mejor dicho, hasta el momento, la contienda se ha dado fundamentalmente en el plano de las declaraciones públicas.
Las que chocan son dos concepciones distintas del poder, que es lo mismo que decir (un tanto más pomposamente) que Cristina Fernández y Moyano piensan al Modelo político vigente de modo diferente. Moyano creyó que era un socio de Cristina Fernández y desde allí reclama su cuota parte de poder político, concretamente cargos institucionales y acrecentar su poder organizacional. Por su parte, Cristina entiende que Moyano es un dirigente sindical importante y poderoso pero sin proyección política alguna. Más bien, el mandamás de la CGT es un espantavotos, padeciendo una de las imágenes públicas más negativas del espectro dirigencial argentino.
Aunque Moyano siempre tuvo aspiraciones político electorales, soñando con ser el Lula argentino, nunca pudo lograr que las encuestas mostraran siquiera un cambio de tendencia a su favor. Pero para ser justos, hubo un acontecimiento que ilusionó al líder sindical. Fue cuando Néstor Kirchner lo convocó para hacerse cargo de la presidencia del Partido Justicialista de la provincia de Buenos Aires, poco después de la derrota legislativa de 2009.
Para Kirchner, en esas elecciones algunos intendentes del Conurbano no habían jugado lealmente: al mismo tiempo que iban como testimoniales, encabezando la lista de concejales que apoyaba al Frente para la Victoria, también negociaron con Francisco de Narváez otra lista de concejales propios. Moyano funcionaría como el gran disciplinador Conurbano de los díscolos con vistas a las críticas elecciones presidenciales de 2013.
Los sueños políticos del secretario general tomaron así vuelo. Eran los tiempos en que se entusiasmaba con convertir al PJ en un partido laborista, y ese “ciprianismo” de Moyano comenzó a chocar no sólo con los intendentes, que se quejaban de las tácticas del sindicalista (“ese primero te pone la trompa, y después se mete con todo el mionca adentro”) si no también con Kirchner: Moyano reclamaba no sólo lugares en las listas de diputados y concejales para sus compañeros sindicalistas, sino pretendía también colocar al candidato a vicegobernador bonaerense.
La muerte de Kirchner, el ascenso en la intención de voto de Cristina Fernández volvió a la discusión entre el sindicalismo y los intendentes algo superfluo. Sería la presidenta la que traccionará votos hacia abajo, y no al revés, que los de abajo traccionarán votos para la presidenta. Y el 54% y la enorme distancia del resto de los competidores es lo que hoy lleva a que Cristina Fernández no acepte ningún esquema neocorporativo que la condicione, y menos ceder lugares en el plano de la política al líder de la CGT.
Frente a la realidad de los resultados electorales, surge, sin embargo, la posibilidad de que la crisis internacional tenga sus consecuencias sobre el crecimiento, y en ese escenario cuanto menos, no tan favorable económicamente, Moyano cree que su predicamento será clave para contener o expandir demandas del movimiento obrero organizado, y de ese modo, hacer valer políticamente su poder sindical.
Y en eso estamos: la suerte del secretario de la CGT dependerá no tanto de la acción directa que puede generar desde “camioneros” (que hasta puede ser penalizada por la “gente”)  si no de su capacidad de liderazgo del resto del movimiento obrero. El acercamiento a los Gordos contra los que combatió  en los ’90 sonó a manotazo desesperado. De la CTA, a la que vetó constantemente su reconocimiento con central sindical, tampoco puede esperar nada. El pedido “humanitario” de Daniel Scioli para que revea su renuncia al Partido Justicialista más bien es una señal de lo inocuo de su peso político en el peronismo bonaerense a la que él mismo hizo alusión cuando dijo que el PJ era sólo una “etiqueta”.
Sólo la irrupción de una crisis económica (que no se visualiza en el horizonte próximo) y un cambio de humor colectivo podría generar una situación más favorable para Hugo Moyano. Pero más que paradójico, sería bastante triste que alguien que dedicó su vida a luchar por el bienestar de los trabajadores se ilusionara con una crisis que tendría tremendas consecuencias para todos ellos.

* Director de la carrera de Ciencia Política de la Universidad de Buenos Aires

http://tiempo.infonews.com - 040212