Escenario

El crecimiento de la imagen positiva de los Kirchner, en el último año fortalecido tras el multitudinario abrazo popular en el velatorio del extinto líder, marcan lo que vendrá, tanto para el creciente reconocimiento de Cristina como las profundas turbulencias de la atomizada oposición.

Por Jorge Muracciole *

Con la crisis de diciembre de 2001, el modelo de gobernanza neoliberal ha sufrido un duro golpe que ha impedido su sueño restaurador. Esta afirmación permite comprender los múltiples intentos de los dueños del poder real, en su experimentación con variadas tácticas para desgastar, boicotear y destituir la emergencia política nacida de la crisis de dominación de los años posteriores a la debacle de la convertibilidad.

La insubordinación de masas del verano de 2002, el rechazo empírico a las recetas neoliberales y las demandas de diversos actores sociales empobrecidos por la crisis hicieron de la Argentina y de América Latina, un lugar de observación a escala planetaria sobre las formas alternativas de respuesta a la hecatombe sistémica de inicios del nuevo siglo. De la misma manera que el agujero de ozono emergió en la latitud más austral del hemisferio sur, el agujero al sentido de la dominación capitalista en su vertiente más salvaje, el neoliberalismo, también tuvo su ocurrencia en el mismísimo sur de las américas. Desde entonces, la América mestiza mostró a la globalización de los mercaderes que existían senderos disímiles, basados en el desarrollo mancomunado de sus pueblos, que se apartaron de las autopistas fondomonetaristas del ajuste y la exclusión.

Como efecto político de las convulsiones sociales que desparramaron su potencia constituyente a lo largo del subcontinente, emergieron los gobiernos de Chávez, Evo, Lula, Kirchner, Correa, Lugo, Mujica, diversos y contradictorios, pero entrelazados en un objetivo común: el desarrollo regional como premisa para la consolidación de un bloque ante las potencias económicas del mundo globalizado. Nacidos del grito de insumisión al poder asimétrico de las grandes corporaciones económico-mediático-financieras, que gobiernan la realidad contemporánea, expresan una resistencia sui generis, con miradas e identidades distintas en su rechazo al modelo de exclusión impuesto por más de tres decenios. En el caso argentino, el cambio de rumbo desde hace más de siete años al ideario neoliberal, y a los mandatos de los organismos internacionales, demostraron como posible y necesaria la autonomía de la política de los requerimientos económicos de los centros de poder. Las banderas de la redistribución en un país con un 50% de pobreza en 2002 y uno de cada tres habitantes en las fronteras de la indigencia, no contó en los primeros años con oponentes serios que pudieran conformar vínculos con sectores significativos de la sociedad. La dinamización de la producción como motor de la economía y articulador de la recomposición de los lazos sociales, de la mano de una política de Derechos Humanos que retomó las banderas históricas de los organismos, sepultadas por la obediencia debida y el punto final de la claudicación radical y los indultos, y la amnistía del peronismo neoliberal, encarnado en el caudillo de Anillaco; marcó un significativo cambio de rumbo. Hizo posible la embrionaria consolidación de un bloque histórico que fue demostrando, paso a paso, que soñar un país más justo no era un dislate. Este inesperado y revulsivo, no sólo sacó del letargo a más de un desfraudado por años de frustraciones y entrega, incidiendo positivamente en el escepticismo dominante de la siesta neoliberal de los ’90, sino que generó una honda preocupación en el establishment, que cedió su dominio exclusivo ante la profundidad de la crisis y las exigencias de los afectados, concediendo la gestión del Estado como forma de resguardar un sistema al borde del colapso. La mirada estaba puesta al mediano plazo, horizonte en que su ideario pudiera encontrar una encarnadura política y social para restaurar su proyecto de disciplinamiento. Según pasaron los años, los gobiernos encabezados por Néstor Kirchner y con posterioridad Cristina Fernández, no sólo avanzaron en forma sostenida con la recuperación económica, sino que priorizaron el desarrollo con las banderas de la distribución y la inclusión social de los principales afectados de 35 años de dominio neoliberal. En este proceso, a pesar de sus cuantiosas ganancias, las corporaciones entendieron que había llegado el momento de marcar sus diferencias con el proyecto kirchnerista. Y  la Resolución 125 sobre los aranceles de exportación fue el punto de inflexión para ese cometido. Desde ese momento, la alianza entre las entidades empresariales agropecuarias y la oposición política y mediática vino para quedarse. De esa noche del voto “no positivo” del vicepresidente opositor hasta nuestros días, mucha agua ha corrido bajo los puentes de la política argentina. Lo cierto es que el gobierno fue capaz, ante el duro golpe del otoño de 2008, de recuperar la iniciativa política y sortear con medidas neokeynesianas una de las crisis más virulentas desde la recesión de los ’30.

A poco más de un año del proceso electoral de octubre de 2011, la súbita muerte del ex presidente Néstor Kirchner abre nuevos interrogantes sobre el devenir político. La fortaleza de Cristina Fernández, en tan sólo un mes de tamaña pérdida, ha dado claras señales de la continuidad del rumbo y de la profundización del proyecto iniciado en el otoño de 2003. El crecimiento de la imagen positiva de los Kirchner, mes a mes en el último año fortalecido tras el multitudinario abrazo popular en el velatorio del extinto líder, y de sus efectos plesbicitarios en el nuevo escenario político, marcan de alguna manera lo que vendrá , tanto para el creciente reconocimiento de Cristina Fernández por audiencias cada vez más numerosas de la sociedad, como las profundas turbulencias  de la atomizada oposición, en su incierto trayecto a los comicios del año próximo. Las imprevisibles internas del radicalismo y sus tres precandidatos, la implosión del peronismo conservador en algún momento articulado por Eduardo Duhalde y hoy profundamente debilitado, por las decisiones inconsultas de Reutermann, Solá, Das Neves y De Narváez con el valor agregado denuncista, de la Nostradamus de la política nativa, la inefable Elisa Carrió y sus aspiraciones a competir por el sillón de Rivadavia. Completan este difícil cuadro de situación del rompecabezas opositor, el azaroso futuro del judicializado jefe de gobierno Mauricio Macri, quien, según parece, cuando retorne de su tercera luna de miel, más que articular su pretérita alianza con el peronismo conservador se lanzará al ruedo electoral priorizando sus propias fuerzas. A menos de un año de la contienda electoral, la impotencia política del establishment, de expresar en las inconsistentes figuras electorales que puedan servir como dique de contención para frenar el proceso iniciado por Néstor Kirchner en mayo de 2003. Centran sus desvelos, ante la probable profundización del proyecto de crecimiento con inclusión y la reelección de Cristina Fernández, en el próximo lustro, dejando en evidencia los límites ideológicos y su talante profundamente antidemocrático, expresado por el complejo entramado de la coorporación económico-comunicacional, al alarmarse ante la posibilidad de que el modelo desarrollista permita ampliar la participación de los que menos tienen en la torta distributiva.

Lo que los desvela es que el histórico pobrerío, víctima de años de ninguneo por el poder real, se acostumbre a vivir mejor y exija sus derechos, enrolados en un proyecto de país, donde la voracidad de los que más tienen, se morigere ante las impostergables necesidades de equidad de los que más sufren. Para poder profundizar el largo camino de igualdad y libertad aún hoy pendiente.

* Sociólogo, docente de la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA

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