Opinión
Existen shocks externos negativos difíciles de prever y existen otros probables. La burbuja especulativa de los créditos sub prime no era advertida y cuando estalló en 2008 sorprendió a casi todos. La crisis política y económica de Brasil era fácil de adelantar porque estaba a la vista.
Por Alfredo Zaiat
Se viene desarrollando desde hace por lo menos tres años cuando comenzó el acelerado deterioro de la economía por la aplicación de una estrategia fiscal y monetaria ortodoxa, antes con Dilma Rousseff y luego en golpe brutal con Michel Temer. Una cuestión en clave local para analizar los shocks externos negativos, ya sean la crisis internacional o la brasileña, es detectar cómo está preparada la economía para absorber los costos ineludibles de esos cimbronazos. Identificar qué tipo de política económica se despliega para saber si minimiza o agudiza los impactos provenientes de un acontecimiento externo desfavorable. En términos técnicos, si la política económica es procíclica, o sea que acompaña la tendencia que viene del exterior, o contracíclica, es decir que permite defenderse de una corriente externa que provoca daños.
En 2009, cuando la debacle financiera empezó a castigar a las economías periféricas, el gobierno instrumentó una serie de medidas para proteger el empleo y el mercado interno. Tuvo éxito en esa tarea porque la economía aguantó ese inmenso coletazo externo con una caída del PIB no mayor al 2,5 por ciento, como coincidieron en su momento estudios privados, muy alejado del dibujo del retroceso del 6 por ciento anotado por el Indec de Macri, y con una fuerte recuperación al año siguiente. Hubo una política de protección al empleo con los Repro, una estrategia de acumulación de reservas, una administración cuidadosa del flujo de importaciones para no perjudicar la industria nacional y dos medidas estructurales que brindaron un inmediato colchón financiero y social: a fines de 2008 se puso fin al fabuloso negocio especulativo de las AFJP, medida que abrió paso para que en la segunda mitad de 2009 naciera la Asignación Universal por Hijo. Todas esas iniciativas pueden definirse como una política contracíclica.
Ahora, en cambio, la crisis brasileña como cualquier otro shock externo que pueda suceder (por caso, la aceleración de la suba de la tasa de interés internacional) encuentra a la economía local más vulnerable por la política deliberada de apertura comercial y desregulación financiera. No hay un marco de cobertura para el empleo; pese a la declaración de funcionarios del Ministerio sin Producción, las importaciones de bienes de consumo final siguen aumentando desplazando a la industria nacional en un mercado local recesivo, los tarifazos están minando el ingreso disponible de la población y generando estrangulamiento de costos en comercios e industrias y la dolarización de los activos se ha intensificado con la desregulación financiera y de la cuenta de capital. Todas esas medidas pueden definirse como una política procíclica. El resultado es una recesión que continúa pese a que el Gobierno y sus voceros oficiosos estrujan las estadísticas para mostrar el comienzo de un ciclo de recuperación. El consumo acumula 17 meses de retroceso y la actividad industrial no logra levantar cabeza.
La red de propaganda pública y privada ha empezado a advertir que la economía no crecerá tanto este año por el agravamiento de la crisis política brasileña. Es una excusa más para encubrir que la economía no arranca. Hoy no aparecen síntomas de recuperación sostenida y no es por Brasil. La vulnerabilidad de la economía argentina no fue provocada por la denuncia contra Michel Temer, sino por las propias medidas implementadas por el gobierno de la Alianza macrismo-radicalismo. Agudizaron las fragilidades ante shocks externos con una dinámica de endeudamiento descontrolada, que exigirá necesidades de financiamiento externo crecientes y, ante la eventualidad de un endurecimiento de los mercados globales de capital, puede convertirse en un factor muy perturbador. Otro elemento de inestabilidad es el proceso de apreciación real del peso provocado por ese mismo endeudamiento externo, por la invitación del Banco Central a grandes financistas locales y del exterior a beneficiarse con una fabulosa bicicleta financiera (carry trade) y por el ingreso extraordinario de los dólares del blanqueo.
El gobierno de Mauricio Macri realizó un mal diagnóstico de la situación de la economía argentina, lo que derivó en la duplicación de la tasa de inflación en un año y la dificultad de disminuirla en lo que va de este. También hizo una pésima lectura del contexto internacional. Se abrazó a la candidata demócrata que perdió las elecciones, luego penó un encuentro con el presidente Donald Trump, mostró como trofeo la autorización del ingreso de limones argentinos a Estados Unidos y en los últimos días esa posibilidad volvió a quedar pendiente de una instancia judicial. Se arrojó a cobijar al presidente brasileño surgido de un golpe institucional, audacia que no replicaron otros países, y ahora no sabe cómo disimular ese desatino. Sólo quienes están con anteojeras ideológicas, cegados por la resistencia al populismo, pueden sorprenderse de la catástrofe brasileña. Rechazó los acuerdos de inversión con China, cuando eran los únicos fondos de envergadura comprometidos, apostando a una ilusoria lluvia de inversiones de Occidente, y ahora rubricó cada uno de los ya definidos durante el gobierno de Cristina Fernández de Kirchner. Macri perdió un tercio de su mandato demorando la implementación de acuerdos millonarios con China por cuestiones geopolíticas o por razones inconfesables.
Existe un mundo más proteccionista más allá de los encuentros del G-20, de la OMC, del FMI y Banco Mundial, organismos multilaterales que siguen postulando el libre comercio para los países en desarrollo. La crisis de las economías centrales tiene como consecuencia la sobreproducción, que busca desesperadamente destino en otros mercados (por ejemplo en góndolas de supermercados argentinos, donde se venden naranjas de España o cortes de cerdos de Dinamarca). El comercio internacional ya no aumenta al ritmo que duplicaba la tasa de crecimiento de la economía mundial; hoy lo hace al mismo nivel. En ese contexto, la apertura comercial es devastadora para la producción nacional y, por consiguiente, para el empleo. Si además se complementa con la desregulación total del mercado cambiario y la cuenta capital, con un endeudamiento externo que coloca a la Argentina como el principal emisor de deuda de países emergentes, la vulnerabilidad de la economía se acentúa.
Los shocks externos negativos castigan las economías, pero lo hacen mucho más cuando, atrapados por el fanatismo ideológico, la incomprensión política o los intereses de negocios corporativos se eliminan o debilitan las escasas defensas de protección del mercado interno. Reversionando el spot de campaña oficialista difundido en el entretiempo del Boca-River, el Gobierno puede publicitar “Estamos haciendo lo que NO hay que hacer”.
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